¿CÓMO SE LLEGA A NUNCA JAMÁS?
Antes de abrir los ojos, antes casi de darse cuenta de que ha despertado, Lina siente que algo le falta. Una especie de ligereza, de desabrigo. Poco a poco recuerda la tarde anterior. Otra vez se le había alargado la salida de la escuela hasta el atardecer y un poco más. Pero no era su culpa, sino que en el relajo de la nevería, el tiempo pasaba de volada.
Todo lo contrario que en la casa, donde las horas se movían como lagartos torpes y desganados.
Cuando llegó su hermano ya la estaba esperando. Tenía una expresión filosa y las tijeras en la mano.
—Vas a ver, escuincla, si vuelves a llegar a estas horas — le dijo.
Y ella se había puesto a correr alrededor de la mesa.
—No hice nada, palabrita.
Pero su hermano era mayor y luego de algunas vueltas consiguió atraparla. Igual que si fueran un cazador y su presa en vez de dos muchachos. Finalmente, la trenza cayó al piso, medio deshecha, medio despeinada. Su trenza.
Lina quiere devolverse al sueño.
Por el momento no hay nadie en la casa, lo que no tiene nada de particular. A las siete, su mamá y su hermano están en el puesto de gelatinas. Y ella, en un día cualquiera, se levanta, se lava, y se pone su uniforme color primero de secundaria. Pero hoy no. Son las siete y está sentada en la orilla de la cama, como quien se sienta en lo alto de un abismo a contemplar el paisaje. No puede dar un paso. ¿Cómo va ir así a la escuela? A lo más que se atreve es a tocar su cabeza. Un poco solamente, una pasadita. La sensación de los pelos brevísimos, todos chuecos, afloja las lágrimas que ayer no soltó, en parte por orgullo, y en parte por miedo. No iría a la escuela. No hoy, ni mañana, ni ningún día.
Pero tanto hipo y tanto llanto la aburren. Ella no está hecha para darse a la tristeza, sino para la nevería, la guasa y el cotorreo. Lina es trotamundosnuevos. Así que de un brinco se pone de pie y recorre la casa de punta a punta: los tres cuartos que son a la vez recámaras, cocina, sala, bodega, comedor, pieza de lavado y planchado, estudio y recibidor. Anda por ellos de arriba abajo y le quedan chicos, la asfixian.
Tocan a la puerta. Tres toquidos fuertes, un silencio, y otros tres toquidos fuertes quieren decir Susana. Viene por Lina como todos los días.
Y si hoy fuera otro día en vez de éste, Lina le abriría a su amiga y, entre bromas y risas, saldrían las dos con los libros de español y ciencias naturales bajo el brazo, pero hoy Susana iría sola a la escuela. Puede decirle a los maestros que Fidelina Ortega tiene hepatitis o tifoidea o cualquier enfermedad larga. Lo cual en parte es cierto. Lina se siente enferma de coraje hacia su hermano, a quien no creía capaz. Le había pegado, sí, pero los golpes pasan, se olvidan, rara vez dejan huella. En cambio el corte de la trenza dejó una especie de agujero que tardaría meses en borrarse. Un cráter.
Cuando Lina abre la puerta, a Susana se le escapa un grito antes de que alcance a taparse la boca. Las demás exclamaciones que hubieran querido salir se las traga igual que si fueran un horripilante jarabe. Quiere decir algo amable, amable pero sin mentira:
—No es tan grave —y con espíritu práctico, añade—, préstame unas tijeras.
Sólo hay unas tijeras en la casa. Las mismas de ayer, hoy las toma Susana con afecto para poder podar los cabellos sobrantes y ofrecer alguna forma civilizada a la cabeza de Lina. Lo hace tan concentradamente que parece un jardinero japonés aplicado al cuidado de sus plantas enanas. Los sonidos tajantes le ponen a Lina la carne chinita, pero su amiga la distrae con el juego del salón de belleza:
—Ay, señorita, va a quedar usted a la última moda, ya verá, igualita a la cantante de Mecano.
Y para acabar de mejorar la situación se pone a tararear la tonadilla de No es serio este cementerio.
Lina prefiere no verse al espejo. Se baña de prisa, ahora es tan fácil lavarse el pelo, se planta su uniforme y asoma la nariz por la puerta. Quiere salir y no quiere salir: los dos deseos la jalan con la misma fuerza. Susana la anima con un empujón y cierra luego luego la puerta. No hay vuelta atrás. Lina busca dónde esconderse: un árbol, un zaguán, algo que la proteja de las miradas. Le entran ganas de reír, de los nervios y también de gusto por darle en toditita la torre a su hermano. Seguro que él creyó que se encerraría a llorar, pero no. Pelona, pero en la calle, en medio de la gente y el ruido, lejos de casa.
Ya es tarde. Los otros niños estarían comiendo su torta quitados de la pena porque nadie les había trozado el cabello el día anterior. Ella, en cambio, siente que su fuerza se debilita conforme se acercan a la escuela. Está a punto de volver corriendo, pero volver, ¿adónde?
Tras el portón se oye el sonido del recreo. Lina toma aire, ríe con Susana y entra al patio con la cabeza en alto. A lo lejos se ve a Pablo. Se saludan con sonrisas tímidas. De todas las personas del mundo, a ninguna quiere gustarle tanto como a Pablo. Sabe que se está poniendo colorada, lo siente en el calor que se agolpa en las mejillas y le hace palpitar las sienes. La bolita de amigos le da un pretexto para mirar hacia otro lado.
—Y ahora, ¿a qué se debe el cambio?
—Otro poco y te rapas.
—Qué locura, Lina. ¡Tu trenza!
Pablo cruza el patio en línea recta hacia ella. Lina aprieta los puños y se hace la que está entretenidísima con la plática. Pero no pierde detalle de los pasos de Pablo. Diez, nueve, ocho, siete. En unos segundos estará frente a él sin ninguna posibilidad de disimular los hechos de ayer. Lina siente vergüenza, como si hubiera cometido una falta mucho más grave que llegar a casa al atardecer y la prueba estuviera en su peinado. Pablo, sin embargo, viene de otro mundo, en el que no hay golpes ni tijeras que amenazan, de modo que no piensa lo que Lina piensa que va a pensar.
—Te ves bonita — le dice, y la invita al cine.
2 comentarios:
Naiz🤑
De aca saque las respuestas de algo de español xdd
Esque me dejaron de este cuento,hacer algo en español :V
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